jueves, 22 de abril de 2010

Cut up

Lo único cierto es que hasta ahora no se ha declarado ningún golpe de Estado, ni el primer ministro griego Papandreou ha decidido recortarse el bigote. Y la razón por la que esto no ha pasado es simplemente que no es necesario en absoluto. Las democracias occidentales, exactamente igual que integraron aquellos elementos del nazismo que les eran útiles, también aprendieron de sus errores. El estado de excepción, esto es, la condición impuesta bajo el pretexto de la captura de la organización “Lucha Revolucionaria”, hace muy bien su tarea, sin la necesidad de recurrir a los antiestéticos tanques; no hablemos ya de campos de concentración o la suspensión de la constitución.

… Y la “tarea” no es otra cosa que la vuelta de una condición que se presenta ahora como concerniente a muy pocos, a través de unos cambios que afectarán a todos. El estado de emergencia impuesto en este momento en Nueva Filadelfia está consolidando su funcionamiento como una normalidad, como algo que puede ocurrir siempre que el Estado lo estime necesario. La fuerza del Estado no se aplica nunca exclusivamente hacia su objetivo ocasional. Más bien, cada vez que se aplica sin encontrar resistencia alguna, se difunde en todas direcciones, estableciéndose y estableciendo su capacidad para ser aplicada de nuevo, en cualquier lugar, contra cualquiera, bajo cualquier pretexto presentado como una “necesidad”... El estado de excepción tiende a convertirse en la regla.

Y así, cualquiera que crea que no le concierne el estado de excepción impuesto en Nueva Filadelfia está dormido -y su despertar no será agradable en absoluto. Cualquiera que crea que los controles nocturnos de carretera, los asaltos, los chequeos, las patrullas policiales y las “interrogaciones amistosas” de la unidad antiterrorista son las consecuencias lógicas de una “captura necesaria” (de la organización Lucha Revolucionaria), de un liderazgo seguro o, al menos, de una sospecha fundamentada contra alguien que “buscaba problemas”, no hace nada más que serrar alegremente el banco en el que está sentado.

Experimento Filadelfia

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